ISSN 1982-1026

Boletim de História e Filosofia da Biologia

Publicado pela Associação Brasileira de Filosofia e História da Biologia (ABFHiB)

Resenha: “A propósito de la obra La selección natural. Ensayo sobre la primera constitución de un concepto (1837-1859)”, por Hilderman Cardona Rodas

Hilderman Cardona Rodas

Facultad de Ciencias Sociales y Humanas

Universidad de Medellín, Medellín, Colombia

hcardona@udem.edu.co

ORCID

Resumen: Este texto presenta algunas reflexiones del libro La selección natural. Ensayo sobre la primera constitución de un concepto (1837-1859) escrito por el historiador canadiense Camille Limoges. A partir del libro es posible comprender las condiciones de posibilidad del concepto de selección natural en la obra científica de Charles Darwin, crucial en la configuración de la teoría de la evolución y del pensamiento biológico del siglo XIX. Limoges en su tesis doctoral presentada en mayo de 1968 al l’Institut d’histoire des sciences et des techniques de la Sorbonne (París), dirigido en los años sesenta del siglo pasado por Georges Canguilhem, publicada en el libro referido en su versión en español en 1976, sostiene que el concepto de selección natural emerge como un campo de reflexión científica que no tiene líneas de continuidad discursiva, a pesar de las afirmaciones del hijo de Ch. Darwin, con Lyell (problema del fijismo), Malthus (problema de la población) y Lamarck (problema de la economía natural), teniendo como referente a la adaptación en cuanto los seres vivos padecen las circunstancias del medio que habitan.

Palabras clave: selección natural, biología, adaptación, darwinismo, siglo XIX.

 

El texto de Camille Limoges no es una biografía de Charles Darwin, nos lo advierte desde su inicio, sino que se preocupa por comprender las etapas y las condiciones de la primera constitución del concepto de selección natural en la biología inglesa de la primera mitad del siglo XIX. Para Limoges, la operación historiográfica, descrita desde una posición discursiva que se instala en una genealogía de los conceptos y de las condiciones que permitieron su emergencia, es ejercida por una crítica epistemológica del campo discursivo de los conceptos: sus zócalos enunciativos, sus emergencias, sus distribuciones y sus organizaciones estudiadas en su materialidad que definen el estatuto en que se hacen efectivos. “Estudio de historia, entonces, pero crítica que conduce sin cesar a la epistemología que la funda y que podría dar a la historia conceptual sus títulos de rigor” (Limoges, 1976, pref. II). El concepto de selección natural es estudiado, de esta manera:

[…] en su constitución, es decir, al mismo tiempo, en el acto quo lo hace aparecer y en sus inmediaciones, en la distribución de los elementos que lo componen, en su organización, en las condiciones bien precisas de su ejercicio en tanto se inserta en un cuerpo de conceptos cuyo orden precisamente define. (Limoges, 1976, pref. II)

El estudio de una teoría científica, regida por un cuerpo de conceptos, como lo propone Limoges, supone un análisis comparativo detallado de reconstrucciones sincrónicas. Este análisis apunta a causalidades múltiples que tienen su eficacia específica en una red compleja de condiciones de posibilidad, entendidas como la puesta en montaje de unos “dispositivos experimentales” que permiten hacer evidentes los encadenamientos, las organizaciones, las distribuciones, elecciones temáticas, los objetos o los conceptos que dan soporte a un dominio de saber, como es el caso de la teoría de la evolución darviniana.

Lo que interesa —dice Limoges—, en el marco particular de este trabajo, es hacer evidente el nudo de un punto de inflexión que ha sido ya determinado (la explicación darviniana de la transformación de las especies que inaugura una reorganización del campo de las disciplinas biológicas), merced al examen de un conjunto de textos que —a menudo se ha sostenido— implicaban para lo que estaban en un mismo dominio, para la misma pregunta, respuestas similares. (Limoges, 1976, p. 94)

Despleguemos algunas problemáticas desarrolladas por Camille Limoges en su tesis doctoral. Será a bordo de Beagle (del 27 de diciembre de 1831 hasta el 2 de octubre de 1836) donde Charles Darwin abandone la concepción fijista disponiendo de una teoría de recambio1. “Leyendo a Lyell Darwin habría percibido desde 1832 que (…) el evolucionismo es la consecuencia lógica del uniformitarismo aplicado a la biología” (Limoges, 1976, p. 16). A este planteamiento se enfrentará Limoges pues los trabajos de Lyell están claramente soportados en una mirada fijista da la Tierra que pone el acento en la transformación del mundo físico bajo las mismas fuerzas desde siempre (actualismo) y su acción tiene siempre la misma intensidad y al mismo tiempo (uniformitarismo). “De tal modo, ni el mundo orgánico, ni tampoco el físico, han conocido cambios esenciales.” (Limoges, 1976, p. 21).

Esta posición discursiva se opone tanto a una geología de las catástrofes, al transformismo como al progresionismo que se venía pensando en Inglaterra gracias a la paleontología. Así, para Lyell si lo orgánico y lo físico no experimentan cambios esenciales, las especies extintas son reemplazadas por nuevas que presentan el mismo nivel de organización. “El mundo estudiado por la geología y la historia natural es un mundo sin comienzo ni fin, un mundo sin historia, entregado a la repetición y, en cierta medida, cíclico.” (Limoges, 1976, pp. 21-22). Y entonces la crítica de Limoges a los “comentadores” y algunos historiadores del darvinismo:

Darwin no podo leer a Lyell con los ojos «informados» de historiadores que buscan por todos lados las «causas» del pensamiento de Darwin, es decir, lo leyó bien. Y si más tarde convertido en transformista, pudo dar a Lyell una interpretación que se ajustaba a una historia del mundo orgánico, no fue en Lyell —por lo demás difícil de convencer en los años sesenta y tantos— donde pudo encontrar los lineamientos de su pensamiento. (Limoges, 1976, p. 22)

La crítica epistemológica le sirve a Limoges para poner de manifiesto una “falsa lectura” que es realizada por la historia de las ideas en el campo de la teoría de la evolución, en este caso la afirmación del abandono de Darwin del fijismo antes de 1836. La importancia del momento de este abandono se inscribe en una historia de las ciencias que se preocupa por el orden de problemas sugerido por los textos objeto de estudio:

Si bien hay en la historia de las ciencias fechas que importa poco fijar (por ejemplo, si Darwin nació en febrero o marzo de 1809, problema fútil, a menos que el historiador sea de paso astrólogo), no ocurre lo mismo con la de su abandono del fijismo. Precisar esa fecha no es en este caso ni vana precisión erudita ni tentativa de fundar un derecho a una prioridad cualquiera, puesto que en este camino ya había predecesores. Como, por otro lado, no son las biografías del sabio lo que aquí interesa —empresa que se vincula por otro lado más a la historia en general que a la historia de las ciencias—, tampoco se trata de marcar una etapa del desarrollo intelectual de Darwin. Lo que justifica la precisión es que permite ordenar las cuestiones que hay que plantear a los textos darvinianos (…) Un presupuesto epistemológico, el prejuicio empirista, fundamentaba esta equivocación —es decir, la lectura que ha hecho una historiografía que es incapaz de describir con precisión la constitución de la concepción darviniana— al prohibir precisamente que se plantearan interrogantes sobre ese orden de problemas por proponer a los textos. (Limoges, 1976, pp.23-26)

Este prejuicio empirista fue promovido por el hijo de Darwin, Francis Darwin, quien pretendió encontrar influencias en la mente de su padre que produjeron un efecto en la formulación de la teoría de la evolución, influencias que supuestamente están dadas en la relación de Charles Darwin con Lyell (problema del fijismo), Malthus (problema de la población) y Lamarck (problema de la economía natural). Para Limoges, estas aparentes relaciones son en realidad falsos problemas, ya de por sí constituyen campos operatorios de crítica epistemológica donde se advierten más bien problemas de discontinuidad. Es así como:

[…] lo que hay que procurar no es reunir los elementos cuya suma «sería igual» a una toma de posición transformista, sino situar el lugar donde se establece por primera vez la relación entre elementos hasta ese momento y que forzosamente son exteriores a ella. (Limoges, 1976, p. 26).

En síntesis, establecer el sentido y el orden relacional, su uso en tanto concepto, del problema de la selección natural. Del siguiente pasaje de la Autobiografía de Darwin se ha deducido otra mala interpretación:

En octubre de 1832, es decir quince meses después del comienzo de mi búsqueda sistemática, sucedió que leí para distraerme el trabajo de Malthus sobre la Population; estando bien preparado —en virtud de una larga y continua observación de las costumbres de animales y plantas—, para apreciar la lucha por la existencia que se da en todos los terrenos, de pronto se me ocurrió que en esas condiciones las variaciones favorables tenderían a ser preservadas, y las desfavorables a ser destruidas. El resultado sería la formación de especies nuevas. (Cita de Limoges, 1976, p. 34)

Leamos bien el texto. Si se acoge tan solo el relato de Darwin se cae en el desconocimiento del terreno sobre el que se construyó la teoría y, por tanto, “nos impedirá la comprensión de las necesidades que, según el estado de los diversos motores de la historia natural de la época, habría permitido la construcción del concepto de selección natural por un autor.” (Limoges, 1976, p. 37).

Veamos la ruptura epistemológica entre Lamarck y Darwin que servirá para entender la no relación de Malthus con este último. Lamarck soporta sus discursos un siglo antes de Darwin, pues están inmersos en la idea clásica del siglo XVIII de una serie graduada de producciones de la naturaleza que está sustentada en la doctrina aristotélica en Leibniz y en los trabajos de los clasificadores.

Para Lamarck, la naturaleza no ha formado clases, órdenes, familias, géneros o especies constantes sino individuos que se suceden unos a otros y se parecen a sus progenitores. Se recurre, de esta forma, a la idea de Bonnet, discípulo de Leibniz, según la cual es necesario fundar el conocimiento de los hechos a partir de los niveles de organización del viviente. Existe un gran hiato que separa los cuerpos inorgánicos de los cuerpos vivos, y dos series de los cuerpos vivos, los animales y los vegetales, distribuidas en unidades de organización o “masas” que se ordenan jerárquicamente. En estos últimos dos procesos distintos de acción transformadora de los organismos se presentan: el de composición creciente de las organizaciones y el de degradación de los organismos, producidas por las influencias de las circunstancias del hábitat y por las costumbres contraídas, afirma Lamarck.

Para Darwin, el hiato de Lamarck remite a un carácter puramente artificial de la idea de serie y no estará de acuerdo con las divisiones de la taxonomía, pues privilegia la idea de ramificaciones. Para Lamarck sería imposible que razas completas se hayan extinguido (para él se trata de “especies perdidas”), a menos que el hombre las hubiera exterminado; mientras que Darwin, con el concepto selección natural, ve la posibilidad de extinción de ciertas unidades taxonómicas.

En Lamarck:

[…] la guerra perpetua que libran los organismos no pudo ocasionar ninguna extinción de especie porque esa lucha funciona como principio regulador de la economía natural. Si una especie desapareciera en esa lucha, sería menester que la vida misma pudiera introducir desorden en el régimen general de la naturaleza, lo que implica desde el punto de vista lamarckiano una contradicción en los términos. (Limoges, 1976, p. 45)

La relación de oposición entre lo vivo y lo inerte en Lamarck y la concepción de adaptación darwiniana se formulan en una toma de posición en torno al problema de la extinción, problema que acerca al historiador al núcleo de vínculos y de concepciones que hicieron posible la aparición del darvinismo. En una concepción fijista la adaptación es solo un acomodamiento al medio, sin ninguna iniciativa por parte del ser vivo y sin ninguna acción destructora del medio: el ser vivo padece las circunstancias del medio que habita. En una concepción transformista o bien el medio modela o modifica al organismo sin que la acción de acomodamiento provenga del ser vivo, o bien la acomodación se efectúa a partir del viviente y solo en este caso se trata de adaptación.

La reconstrucción del concepto de adaptación en Darwin tiene como punto de partida, una vez recuperado el contexto inglés de comienzos del siglo XIX, observaciones sobre las relaciones de los seres vivos y los diversos ambientes, observaciones que en él forman parte de consideraciones sobre el vasto problema de la distribución geográfica de los organismos. (Limoges, 1976, p. 54)

Es así como Darwin llegará a sostener que el poder creador será derrotado en las islas próximas a los continentes, como las islas Galápagos.

En Darwin ya no es operatoria la idea de la serie natural que religa a todos los seres a un orden universal constituido por una jerarquía de los modos fundamentales de vida, es decir, la idea de una naturaleza en la que cada cosa tiene su lugar, cada organismo un sitio y una función tiene su positividad en un zócalo enunciativo metafísico, y es aquí donde se funda esta escala de los seres. En Inglaterra “los argumentos teóricos que servían de crítica de la idea de una serie jerárquica se presentan a la defensa de la concepción de la economía natural.” (Limoges, 1976, p. 67).

Desde el momento en que se impone la concepción de una adaptación perfecta de los organismos —inscrita aquí en una teología natural— se hizo insostenible la idea de una gradación perfecta según una escala de los seres. Esta última sostenía que las producciones de la naturaleza formaban un conjunto ordenado donde cada elemento ocupa un sitio señalado; tal concepción está claramente desarrollada en el sistema de pensamiento del siglo XVIII constituido por una racionalidad clasificatoria en donde se ubica la escuela linneana. Según esta concepción, las especies son miembros de una república natural que se ejerce por una política natural. Para el siglo XIX, tiempo en que los museos europeos empiezan a exhibir las “producciones exóticas”, los trabajos paleontológicos harán emergente un nuevo campo de investigación para los naturalistas a la vez que la preocupación por la geografía de los organismos impulsará sus métodos y principios; será el momento en que el problema de la economía natural resurgirá con un nuevo rigor y contenidos de saber específicos.

En Inglaterra, el concepto de economía natural tendrá una recepción de manera estática.

A comienzos del siglo XIX, cuando se hizo evidente, con el progreso de la paleontología, que numerosas especies fósiles no tenían semejantes entre las especies actuales, se admitió que tales extinciones se habían producido frecuentemente en el transcurso de las edades geológicas. Los sostenedores del catastrofismo —y los más avanzados entre ellos, los progresionistas— lo asumieron sin que ello representara verdaderamente un problema para la teoría de la economía natural, pues cada creación nueva, o cada conjunto de seres vivos, presentaba un orden estático sometido al mismo tipo de regulación. Grupos enteros pueden desaparecer con las revoluciones del globo; en el espacio intermedio el mundo viviente conserva su orden y estabilidad. (Limoges, 1976, p. 69)

El principio regulador del equilibrio natural, tanto en el siglo XVIII como en los sucesores de Cuvier, es esa “policía natural” que era fundamental en el pensamiento de Linneo: “las especies se agregan unas a otras preservando así la proporción requerida sin que grupos enteros corran jamás el riesgo del aniquilamiento.” (Limoges, 1976, p. 69). El equilibrio se asegura por relaciones de predación, es decir que la abundancia de cada especie está determinada en un lugar dado por la cantidad de alimento disponible. Estas relaciones de predación serán entendidas por Malthus en su teoría de la población a partir del espacio habitado y las reservas de alimento disponible, lo cual lo llevará a tener un punto de vista catastrofista. A.P. de Candolle, en su Geografía botánica, volverá sobre este problema del alimento, ligándolo a la distribución del reino vegetal y poniendo en función una afirmación de Charles Bonnet acerca de la “guerra de los organismos”, pero enfatizando en la idea de lucha no ya en simples relaciones de predación entre los carnívoros y las plantas sino también pasando por los fitófagos2.

Según De Candolle “las plantas de una comarca, todas las de un sitio dado, están en guerra unas con otras.” (Limoges, 1976, p. 72). Se trata de una lucha por el espacio habitado no en términos de predación. “Las condiciones de existencia —dice De Candolle— de cada especie no son rigurosamente fijas, sino que admiten cierta libertad aunque con límite (…) Cuando estos límites están demasiados cerca, la planta es más frágil y solo puede vivir en un número reducido de localidades.” (Limoges, 1976, p. 72). Hay lucha más que colaboración, como supone la economía natural; la coacción, por la lucha de los organismos, es la que permite su distribución.

Para desencantar a algunos y poner en sospecha ciertas afirmaciones, Limoges sustenta que es precisamente esta concepción de adaptación a la que se opondrá Darwin en sus Notebook on Transmutation of Species, pues no cree en la adaptación de los organismos “irremediablemente” a su localidad. La oposición, característica de la sociedad de discurso de la ciencia inglesa de la primera mitad del siglo XIX, lleva a pensar que no existen “anticipadores” franceses de la teoría darviniana y en la erosión definitiva de la noción de economía natural.

La presencia de una idea de lucha en un texto anterior a Darwin, aun cuando se trate de una forma de lucha que discrimina —innovación importante— es decir que efectúa en cierto modo una selección de los individuos por ser eliminados en una población, para nada constituye una anticipación de la teoría darviniana de la selección natural. Pero lo fundamental es saber por qué encadenamientos funciona esta ley de destrucción de ciertos individuos y en virtud de qué rasgos se atribuye a esta lucha su poder de eliminación. Toda cuestión gira en torno al concepto de adaptación. (Limoges, 1976, pp. 76-77)

Otro tanto constituye el aparente vínculo entre Malthus y Darwin, visto por Limoges como una “confusión en la historiografía darviniana.” Francis Darwin fue el “inventor” de tal confusión. Darwin recurrió a Malthus porque le había suministrado la demostración matemática de la insuficiencia de las reservas de alimento si los individuos de una especie aumentaran rápidamente y en consecuencia “el carácter inevitable de las penalidades.” Es necesario no olvidar que la tesis de la selección natural critica la tesis malthusiana sobre la imposibilidad del progreso de las especies vivientes. Si Darwin buscó un modelo (explicativo, pero no heurístico) de la selección natural, no se inclinará por el del seleccionador humano que elige intencionalmente “lo favorable” como es evidente en Malthus, sino por medio de la mecánica que produce, como a través de un tamiz, una selección que discrimina sin intención los individuos convenientemente adaptados. Así, cuando Darwin hace uso de la teoría malthusiana, se funda en el hecho de que esta explicación es más “enérgica” que la de De Candolle, explicación que piensa la lucha por la existencia sin ningún privilegio del mejor adaptado. Aquí la lucha no significa ningún mejoramiento para las poblaciones, ya que el principio será una eliminación natural cuantitativa sin selección.

Pensemos un poco en qué condiciones de posibilidad y de existencia se encuentran los planteamientos de Malthus, regulados por la concepción de la policía natural entendida como un principio de equilibrio de los seres en una República de la Naturaleza. Linneo, en su Sistema Natural, señala que uno de los rasgos esenciales del orden de la Naturaleza es la “policía”, mecanismo de regulación donde cada una de las especies que habita la Naturaleza “ejerce sus operaciones vitales (nutrirse, reproducirse), de manera que pueda salvaguardar la «producción» que constituye la belleza de esta República.” (Daudin, 1983, p. 96). Las operaciones principales de los habitantes, concernientes al plan de esta policía natural, según Linneo, serían las siguientes:

  1. Multiplicar su especie, para así cubrir sus labores.
  2. Mantener el equilibrio entre animales y vegetales, de manera que la proporción permanezca.
  3. Preservarse ellos mismos de la muerte con el fin de que no haya “vacancia” de su administración. (Daudin, 1983)

El concepto de policía, para los siglos XVII y XVIII, también estará unido a la emergencia del concepto de población. Policía se entenderá no como una institución o mecanismo funcionario en el seno del Estado, sino como una técnica del gobierno propio del Estado, que tendrá como objetivo el gobierno y análisis de la población viviente sobre un territorio. “La vida es el objeto de la policía; lo indispensable, lo útil y lo superfluo. Es la policía la que le corresponde permitir a los hombres sobrevivir, vivir y además obrar bien.” (Foucault, 1986, p. 17). Tiene la tarea “positiva” de favorecer a la vez la vida de los ciudadanos y el vigor del Estado.

 

Notas:

  1. Es aquí donde Limoges utiliza la herramienta epistemológica para realizar una crítica de fuentes y construir una interpretación que analiza las condiciones de ejercicio, las filiaciones conceptuales y los contenidos de saber de una teoría científica que tienen su positividad específica, que este caso es la teoría de evolución de Darwin.
  2. Para Ch. Bonnet “existen guerras eternas entre los animales; pero las cosas han sido tan sabiamente combinadas que la destrucción de unos implica la conservación de otros y que la fecundidad de las Especies es siempre proporcional a los peligros que amenazan a los individuos.” (Limoges, 1976, p. 69).

 

Bibliografía

Darwin, Charles.  Autobiografía [1860]. Barcelona:Belacqua, 2006.

Daudin, H.  Métodos de la clasificación e idea de serie en botánica y en zoología (1740-1790) [1983].  Trad.  Luis Alfonso Paláu. Medellín, 2001.

Foucault, M. Omnes et singulatin. Hacia una crítica de la razón política [1986]. Trad.  Luis Alfonso Paláu. Medellín, mayo de 1989.

Limoges, C. La selección natural. Ensayo sobre la primera constitución de un concepto (1837-1859), México: Siglo Veintiuno, 1976.

Malthus, Thomas. Ensayo sobre el principio de la población [1798]. Madrid: Alianza, 2000.

 

 

Citação bibliográfica deste artigo:

RODAS, Hilderman Cardona. A propósito de la obra La selección natural. Ensayo sobre la primera constitución de un concepto (1837-1859). Boletim de História e Filosofia da Biologia, 15 (2), jun. 2021. Versão online disponível em: https://www.abfhib.org. Acesso em: dd/mm/aaaa. [colocar a data de acesso à versão online]